Dado que el alcance de muchos problemas rebasa el ámbito municipal, es imprescindible afrontarlos con una mirada metropolitana que garantice los intereses comunes y que vele por el interés público del conjunto. Asimismo, es necesario poner en valor el carácter distintivo y genuino de cada municipio.

El PDU adquiere las características de un instrumento de solidaridad gracias a que es capaz de adecuar sus determinaciones a las distintas realidades municipales, al tiempo que protege y refuerza el interés del conjunto.

Históricamente, la ciudad de Barcelona ha disfrutado de un papel protagonista con respecto al territorio catalán gracias a su localización estratégica. Las dinámicas territoriales de crecimiento han establecido nuevos vínculos que requieren un redimensionamiento de esta capitalidad, de modo que también englobe los municipios del entorno que en la actualidad conforman el área metropolitana barcelonesa.

El PDU debe reforzar dicha capitalidad metropolitana potenciando el papel que históricamente ha desempeñado el área de Barcelona como centro articulador de la región metropolitana y como capital de Cataluña, y debe ampliarla al sistema mundial de ciudades a partir de sus características y valores como metrópolis mediterránea.

Aunque la obtención como suelo público de la mayoría de los parques urbanos ha representado una mejora ambiental significativa, falta una lectura de estos como sistema que también tome en consideración otros espacios que representan una oportunidad para incrementar y reforzar los ya existentes.

El PDU debe superar la lógica actual con una mirada en la que los espacios verdes y el arbolado tienen la capacidad de proveer servicios de cultura y ocio, de regulación ambiental y de aprovisionamiento. Todo ello debe permitir articular unos espacios que refuercen las funciones ecosistémicas y las de uso y disfrute por parte de la ciudadanía.

El territorio metropolitano tiene una autosuficiencia limitada que le obliga a depender de recursos externos de energía, agua, etc. Pese a ello, también disfruta de una gran capacidad para disminuir sus consumos, lo que le otorga un importante potencial para reducir los impactos ambientales globales que, en gran medida, se generan en las ciudades.

El PDU debe fomentar el consumo de recursos en función de su disponibilidad: la generación de energía a partir de fuentes renovables, la consideración de alternativas de aprovisionamiento de agua y alimentos más cercanos y eficientes o las posibilidades de reutilización o de reciclaje. Para mejorar la eficiencia en el uso de los recursos es preciso efectuar una buena planificación y gestión desde el ámbito territorial.

El desarrollo urbanístico metropolitano ha estado condicionado por múltiples presiones y demandas, y los tejidos urbanos y la red de infraestructuras no siempre han respondido a una lógica metropolitana. Por esta razón, algunas áreas urbanas están fragmentadas por las infraestructuras —como autopistas, vías de tren, etc.— o carecen de un espacio de centralidad que actúe como punto de encuentro. 

El PDU debe incrementar la conectividad del territorio repensando las funciones de las infraestructuras de movilidad a lo largo de su recorrido y dotando el área metropolitana de una estructura formada por un amplio abanico de centros diversos que garantice a la población el acceso a los servicios y a los equipamientos básicos.

Pese a que en las últimas décadas la red metropolitana de transporte público ha experimentado una significativa mejora, el uso generalizado del automóvil sigue ejerciendo un fuerte impacto físico, funcional y ambiental en el territorio y en la población metropolitana.

De ahí que el PDU deba fomentar una movilidad activa y sostenible que aproveche las constantes innovaciones tecnológicas y de la información para crear una ciudad que cada vez sea más accesible, saludable e inclusiva y en la que se prioricen las continuidades metropolitanas y la recuperación del espacio público para la ciudadanía. Para responder a este nuevo modelo de movilidad, el PDU debe evaluar las infraestructuras existentes, detectar las posibilidades de transformación necesarias e incorporar nuevas actuaciones, además de tener en cuenta los proyectos ya existentes.

La última recesión económica ha revertido un largo proceso de cohesión social, provocando el surgimiento en el área metropolitana de Barcelona, así como en la práctica totalidad de las sociedades occidentales, síntomas preocupantes de segregación. El planeamiento urbanístico puede reducir la desigualdad haciendo que las características del entorno en el que se vive satisfagan buena parte de las necesidades orientadas a mejorar la calidad de vida de la gente.

El PDU debe contribuir a reducir la segregación social por medio de cuatro vectores que permitirán mejorar la calidad de vida de la ciudadanía: vivienda, equipamientos y servicios, espacios libres y transporte público.

En el transcurso de cincuenta años, el suelo urbano se ha triplicado, a menudo siguiendo un modelo de ocupación basado en la dispersión. Este modelo pone en riesgo la salvaguarda de las funciones ecológicas de los espacios abiertos y la sostenibilidad de todo el sistema metropolitano.

El PDU tiene que considerar el suelo como un bien escaso y preciado, y debe trabajar fundamentalmente con los tejidos urbanos ya existentes para incrementar su calidad y eficiencia energética y para poner en valor el patrimonio urbano mediante la rehabilitación y el reciclaje.

Gran parte de los desplazamientos cotidianos de la población responden a la lógica de la especialización funcional del suelo; es decir, se generan distancias cada vez mayores para desplazarnos desde el lugar en el que vivimos hasta el lugar en el que trabajamos. Fruto de ello, las infraestructuras necesarias para sustentar la movilidad cada vez han ido ocupando más espacio, mermando la habitabilidad de las ciudades en detrimento de los usos colectivos, del verde y de los espacios para los peatones.

El PDU debe garantizar la complejidad; es decir, la diversidad de usos y la habitabilidad de los tejidos para tender a equilibrar la proporción entre residencia y actividad económica. Incrementar la complejidad representa una oportunidad para fomentar el verde urbano, la producción de energía u otros recursos y la coexistencia entre residencia y actividad económica.

El constante proceso de internacionalización y la aceleración de los procesos de intercambio de información han obligado a las actividades productivas y de servicios a reestructurarse y a dotarse de una mayor flexibilidad para ser competitivas. Simultáneamente, en este escenario de internacionalización que tiende a uniformizar los lugares, las singularidades locales cada vez adquieren mayor relevancia.

El PDU debe procurar las condiciones necesarias para el desarrollo de actividades económicas diversas y que puedan adaptarse en el tiempo, pero también los entornos urbanos y sociales que permitan aprovechar sinergias, la personalidad de los productos propios, la solidez de las redes de proximidad y los beneficios que propicia la vecindad.